En este artículo abordo el epistolario (las cartas recibidas o enviadas) de Picasso. Un campo poco conocido y estudiado del artista, si bien, afortunadamente, ya son públicas las cerca de 700 cartas que Sabartés recibió del pintor malagueño.
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El género epistolar ha sido un medio recurrente utilizado por grandes artistas. Recordemos las cartas que Rembrandt envió a su mecenas para pedirle dinero, o las apasionadas cartas de amor que escribió Auguste Rodin, en 1886, a su discípula Camille Claudel:
«Descansa tus manos sobre mi rostro, para que toda mi carne se sienta tan feliz que mi corazón se vuelva a henchir con tu amor divino».
Más conocidas son las cartas de Van Gogh a su hermano Theo, o las que envía Rainer Maria Rilke a un poeta desconocido. Picasso también fue proclive al género epistolar (se conservan cartas suyas dirigidas a Gertrude Stein, Igor Stravinsky, Georges Braque, Jaume Sabartés o Juan Gris), si bien, por lo general, se trata de misivas breves y tarjetas postales.
Carta manuscrita dirigida a Leo y Gertrude Stein, 17 de agosto de 1906
A modo de ejemplo, señalamos la carta manuscrita que Picasso dirigió a Leo y Gertrude Stein, el 17 de agosto de 1906 (con numerosos errores gramaticales que dificultan su comprensión), y en la que Picasso dice:
“Ya ves. Cada día es más difícil y dónde se puede estar en paz? Estoy haciendo un (hombre?) con una niña. Ellos llevan flores en una canasta a su lado dos (bueyes?) y trigo. O algo por el estilo.
Mis mejores deseos para tu hermana y para ti de tu amigo.
Picasso.”
Correspondencia con Sabartés
A la muerte de su secretario y amigo, Jaume Sabartés, Picasso donó al museo Picasso de Barcelona, cerca de 700 cartas que Sabartés había recibido del pintor, con la condición de que no se hicieran públicas hasta que se cumplieran 50 años de la muerte de su confidente y amigo. La correspondencia muestra una gran complicidad entre ambos, con numerosas caricaturas de Sabartés (como monje, sátiro, grande de España, escenas picantes…) que el malagueño le hizo a lo largo de los años.
En 1901, Jaume Sabartés comenzó a compartir la bohemia parisina con el malagueño. Ese mismo año, Picasso pinta el “Retrato azul de Jaume Sabartés”.
Cuando ambos amigos iban a regresar a Barcelona, Picasso dijo a Sabartés que, una vez en la capital catalana, le entregaría el retrato. Sin embargo, en vez de hacerlo, lo colgó en la taberna “Quatre Gats”. Años más tarde la taberna cerró y el retrato pasó de una mano a otra, hasta que Picasso lo compró, permaneciendo a su lado hasta que, a la muerte de su amigo, lo donó al Museu Picasso de Barcelona.
El cruce epistolar entre Picasso y Sabartés no empieza hasta 1905, cuando su amigo va a las Américas.
En 1927, Sabartés vuelva a Barcelona. Posteriormente se traslada a Montevideo, y es en esta ciudad donde recibe, en 1935, una carta de Picasso pidiéndole que vuelva a su lado. En ese momento, Picasso, vivía en París y comenzaba a sentir los síntomas de “la soledad del genio”. En palabras de Jaume Sabartés:
«Desde ese día, mi vida resta en la estela de la suya, sin que me pregunte cuánto durará esta ilusión, que nos hemos propuesto que sea para siempre». (Picasso, Retratos y Recuerdos)
Sabartés se convierte a partir de ese momento en secretario personal y mano derecha del artista. Pero Sabartés no solo fue el secretario y amigo más intimo de Picasso, también fue su principal biógrafo (escribió dos libros sobre el malagueño: “Picasso en su obra”, 1936, y “Picasso, Retratos y Recuerdos”, 1946). Sabartés conoció al artista en Barcelona a los 19 años, cuando estudiaba para escultor y escribía poesía. En su libro “Retratos y recuerdos”, nos ha dejado la impresión que recibió al conocer al genial artista:
“De mi primera visita a su taller de la calle Escudellers Blancs aún conservo el recuerdo de la despedida. Es mediodía. Mis ojos aún están impregnados de lo que han visto en sus papeles y en sus álbumes de apuntes… Picasso, de pie en el rincón del ángulo formado por el corredor que pasa por delante del cuarto taller, al encontrase con el pasillo que conduce a la puerta, hurga en mi confusión con la fijeza de su mirada. Al pasar por delante de él para despedirme insinúo una especie de reverencia, sorprendido por la fuerza mágica que se me está revelando: poder maravilloso de rey mago que ofrece presentes tan ricos de sorpresas y esperanzas.” (Jaume Sabartés, Picasso. Retratos y Recuerdos, 1946)
Reproducimos dos fragmentos de la correspondencia (de 1927 a 1967), entre ambos amigos:
“Querido Picasso. El lunes recibí tu carta con retrato mío a la moda española de no sé qué región. Comienzo pues a buscar un sobrero terminado en punta y buen pañuelo para cubrir la calva y anudarlo como lo indicas (…)” (Sabartés, 15/07/1953).
“Ole por la cosa del catálogo de mi exposición en casa de los Gaspar en Barcelona. Ole y más oles y recuerdos”. (Picasso, 25/11/1960).
Tarjeta con dibujo dirigida a Guillaume Apollinarire (fechada el 5 de septiembre de 1918)
Tal vez por su escasez, algunas de las tarjetas (con dibujo incluido) de Picasso, como la dirigida a su amigo, el poeta Guillaume Apollinarire (fechada el 5 de septiembre de 1918), y en la que el malagueño dibuja una especie de cráneo cubista, llega a alcanzar la cifra de 166.000 euros en la subasta llevada a cabo por la casa de subastas Gaertner en el sur de Alemania (con las comisiones, la tarjeta terminó por costarle al comprador alrededor de 200.000 euros).
En el reverso, la tarjeta postal muestra una vista aérea de Pau, ciudad al suroeste de Francia. Como dato anecdótico, cabe señalar que la postal no llegó nunca al poeta francés, dado que Picasso escribió su nombre en español y la postal fue devuelta al remitente.
Picasso y Dalí
Un caso curioso de relación epistolar es la llevada a cabo entre Dalí y Picasso. Víctor Fernández, en su libro “Picasso y Yo” (Elba Editorial) nos ha dejado una recopilación de las cartas enviadas por Dalí a Picasso (se conservan en los archivos Picasso de París).
Lo curioso del caso es que Picasso nunca respondió a las alrededor de 70 cartas que le envió Dalí. No se trata de desprecio por diferencias político-ideológicas o falta de interés por el artista surrealista, ya que Picasso había presentado a Dali a Paul Rosenberg y a Gertrudis Stein. También había asistido al estreno de las películas llevadas a cabo por Dalí y Buñuel (“El perro andaluz” y “La edad de oro”), e incluso ayudado monetariamente a Dali y Gala para que viajasen a Nueva York. Se conserva la respuesta de agradecimiento de Gala: “Un verdadero ¡gracias! Afectuosamente a ustedes dos de su Gala”.
Sin embargo, podemos entender la actitud de Picasso, si tenemos en cuenta que el histriónico y narcisista ampurdanés no deja de arremeter contra Picasso, señalando al pintor como la figura que capitanea la fealdad del arte de vanguardia, para concluir que el nuevo artista debe “poseer una cosmogonía monárquica y católica lo más absoluta posible y de tendencias imperialistas”. Como ejemplo, dejamos constancia del telegrama que Salvador Dalí envía a Pablo Picasso desde Nueva York “en el momento más álgido de su frenesí de fealdad” (recogido por el propio Salvador Dalí, en su libro “Los cornudos del Viejo Arte Moderno”, 1956):
“¡Gracias, Pablo! Tus últimas pinturas ignominiosas han matado el arte moderno. Sin ti, con el gusto y la mesura característicos de la prudencia francesa, habríamos tenido pintura cada vez más fea durante al menos cien años, hasta llegar a tus sublimes adefesios esperpentos. Tú, con toda la violencia de tu anarquismo ibérico, has llegado al limite y a las ultimas consecuencias de lo abominable. Y lo has hecho, como Nietzsche había deseado, marcándolo todo con tu propia sangre. Ahora solo nos queda volver de nuevo la mirada a Rafael. ¡Que Dios te bendiga!”.
–Salvador Dalí
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