En este artículo abordo un aspecto muy poco conocido de Picasso: sus concepciones religiosas y su destacada superstición. Para ello hago un análisis de sus obras de carácter religioso más destacadas, en particular, sus crucifixiones.
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Pese a que Picasso pasa por ateo, lo cierto es que el tema religioso no le era ajeno, si bien sus aportaciones en este campo no fueron muy destacadas.
La muerte de Conchita
Picasso pronto abandonó la religión recibida en su infancia.
Un suceso que, al parecer, marcó tal abandono, es la muerte de su hermana Conchita. Cuando Conchita enferma de difteria, Picasso, con 13 años, hace un pacto con Dios por el que dejaba de pintar si sanaba su hermana. El pacto es mencionado por Olivier Widmaier Picasso, nieto del artista, en su libro “Picasso, retratos de familia“, al parecer, escuchado a Jean Leymarie, historiador de arte y amigo de su abuelo, con el que habría mantenido largas conversaciones. La niña muere el 10 de enero de 1895, a los 7 años, entre terribles dolores, y es enterrada en una fosa común en San Amaro, A Coruña. El joven Picasso, que no entiende que Dios permita la desgracia, lo primero que hace es pintar, ese mismo día, una tablilla de carácter muy tenebrista representando el responso por la muerte de su hermana.
La muerte de Conchita, tuvo un efecto traumático en el joven Picasso. De hacer caso a las polémicas biografías escritas por Françoise Gillot y la nieta del pintor, Marina Picasso, las tormentosas relaciones del malagueño con las mujeres y, en particular con sus amantes, tenía su origen en la oscura cicatriz que dejó en el alma del pintor, la muerte de su hermana. En el mismo sentido, su biógrafo, John Richardson, tras la muerte del artista, recoge la confesión de Jacqueline Roque, según la cual, Picasso, siempre se sintió culpable de la muerte de su hermana Conchita.
No podemos saber la razón de tal culpabilidad, si bien podría ser, que el pacto que trató de hacer con Dios, terminó por afirmar su condición de pintor. Cabe también suponer que la decisión familiar de cambiar de ciudad tuviera su origen en este duro golpe. Últimamente, un laboratorio de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), ha investigado un óleo (“La enferma”) una posible obra juvenil de Picasso (pintada en 1894 y repintada encima), que bien podría ser un retrato de la hermana del artista.
Primera obras de carácter religioso
Relacionada con la muerte de su hermana y, seguramente, con el pacto que quiso llevar a cabo con Dios, encontramos el dibujo titulado Cristo bendice al diablo, realizado en 1895. La obra ha sido interpretada como el medio con el que Picasso trataría de sellar el pacto, o como una explicación a la desgracia recién sufrida, cuyo origen estaría en el diablo, con el asentimiento de Cristo.
En esta etapa de juventud, encontramos otras composiciones de carácter religioso, influidas, muy probablemente, por su padre.


Pablo Picasso, “Descanso de la Sagrada familia durante el viaje a Egipto”, 1895.
Cabe destacar entre las mismas, El monaguillo (1896), La primera comunión (1896) en la que vemos a una joven arrodillada ante un altar, en compañía de sus padres y un monaguillo, y Ciencia y Caridad (1897), donde podemos ver a un médico atendiendo a un enfermo acompañado de una monja de la Caridad.
De esta época cabe destacar también un “Cristo crucificado” (1896-97), pintado al óleo y carboncillo sobre cartón (73,5 x 54,4 cm. Museu Barcellona). Se trata, de una copia o interpretación de alguna obra barroca, llevada a cabo con el fin de realizar un estudio de anatomía masculina, muy en la línea de los estudios del natural que los alumnos solían llevar a cabo en la academia. Por supuesto, también hay que tener presente que los temas religiosos eran importantes para los concursos de las academias de Bellas Artes de la época.
Lo cierto, es que Picasso siempre ensalzó las enseñanzas recibidas en los tres años que permaneció en la Escuela de Bellas Artes de A Coruña, mientras que no se mostró tan entusiasta con los conocimientos recibidos en La Llotja de Barcelona y en la Academia de Bellas Artes de Madrid.
De 1903 es un dibujo, a lapicero, de Jesucristo desnudo, pintado en Barcelona, en pleno Periodo azul.
De 1904 disponemos de un gouache (Madonna de la guirlande).
Si bien Picasso pasa por ser un ferviente ateo, ello no quiere decir que no creyera en nada. Picasso tenía en muy alta estima su obra, y, los conceptos transmitidos a través de la misma. Su forma de oración era el trabajo. Al respecto, es curioso que, al hablar del estilo, dijera:
“!Abajo el estilo! !Acaso Dios tiene un estilo! Él hizo la guitarra, el arlequín, el basset, el gato, el búho, la paloma. Como yo. El elefante y la ballena, de acuerdo, pero ¿elefante y la ardilla? !Qué desorden! Él hizo lo que no existía. Yo también. Incluso hizo la pintura. Yo también”.
Dejando de lado la comparación que la cita establece entre artista y deidad (comparación que ya percibimos en artistas como Durero), lo cierto es que sus palabras nos permiten pensar que Picasso sí creía en la divinidad, pese a declararse comunista y ateo.
En cualquier caso, resulta evidente que el artista era muy consciente de los aspectos mágicos que pueden rodear a un objeto y, por extensión a una obra de arte. “Fue increíble, las máscaras no eran unas esculturas como otras, en absoluto, eran algo mágico“, contó, tras haber visto las máscaras procedentes de África y Oceanía, expuestas, en la colección del Museo Etnográfico del Trocadero, en París.
El resultado más evidente de tales concepciones fue la pintura de “Las señoritas de Aviñón”, y la talla de un idolillo de madera (1907), que Picasso regaló (como si fuera una muñeca), a la hija de un vecino. Tal es así que hablando de las «Demoiselles», en una entrevista con André Malraux, dijo que las máscaras africanas «intercedían… contra todo», añadiendo luego que la pintura era su «primera tela de exorcismo».
El carácter mágico de las esculturas tribales africanas llegó a fascinar al artista, al punto que no tardó en convertirse en coleccionista de las mismas.
El carácter supersticioso de Picasso
Carecemos de datos que aporten luz sobre las opiniones religiosas de Picasso, si bien disponemos de numerosos registros en lo que respecta a su carácter supersticioso. Olivier Widmaier Picasso, nos dice al respecto”:
“Entre todas las cosas que se han dicho de mi abuelo, si hay una bien merecida es que era muy supersticioso. Había nacido en una España impregnada de un catolicismo medieval, mucho más allá de los preceptos del Vaticano, un país rigorista moldeado por la Inquisición”.
“Para mi abuelo, la religión nunca fue la respuesta a las cuestiones metafísicas. Nunca pensó que rezar y encomendarse a Dios fuese la respuesta a las inquietudes de la condición humana. Los interrogantes que se planteaba ante la muerte o el horror las expresaba en su obra”.
(“Picasso, retratos de familia“)Nos recuerda también que su abuelo “nació de entre los muertos”, ya que, en un principio fue dado por muerto. Ya hemos hecho alusión a la muerte de su hermana Conchita y al desafío que lanzó al Cielo. Al respecto, es de interés la reflexión del nieto, señalando que Picasso se sintió responsable de esa muerte,
o tal vez, al contrario, “tal vez era una señal de Dios, que había escogido que fuese pintor. Y esta predestinación lo situaba por encima de los hombres”. En otras palabras, el Cielo no escucha sus plegarias, pero lo confirma como pintor, si bien al precio de perder a su hermana.
Ya en su etapa parisina, Picasso ve como algunos de sus amigos se suicidan o son víctimas del alcohol o las drogas. La respuesta del artista es una vida frugal y ascética (a excepción de la época con Olga) orientada a su obra, como instrumento espiritual.
Picasso, siguiendo con las memorias de su nieto, estaba poseído por una pasión desbordante por la libertad. “Tras desafiar a la Academia, tenía que desafiar también a la Iglesia y rechazar su anquilosamiento espiritual”. Su forma de hacerlo es llevando una vida licenciosa, de burdel en burdel, y atendiendo al tiempo a la filosofía de Nietzsche sobre la muerte de Dios y el superhombre. Una filosofía que proclamaba la libertad total, de acuerdo con la afirmación de Nietzsche: “Yo mismo soy el destino y yo mismo he condicionado mi existencia para toda la eternidad”.
Otro suceso que marcó profundamente las concepciones religiosas de Picasso fue el suicidio de su íntimo amigo Casagemas, suceso que le inspiró varios cuadros relacionados con la muerte y, seguramente, la forma de intentar exorcizarla, con obras como “La Vida”, 1903. Durante sus últimas semanas de vida, ante la petición de un amigo para que hiciera testamento, Pablo replicó: “Hacer esas cosas atrae la muerte”.
Picasso, como afirma Patrick O`Brian:
«conservaba un sentido profundo de lo divino, profundo pero también oscuro, maniqueo y, en muchos aspectos, tan alejado como era posible de todo lo que suele considerarse “cristiano”».
Según dice Olivier Widmaier Picasso:
“Por lo que me ha comentado mi madre (Francoise Gilot), las supersticiones más nimias aterrorizaban a Picasso: cruzarse con un gato negro, dejar un paraguas abierto en casa, o unas tijeras sobre una cama, o que le regalasen una prenda de tela ( “sirve para secar las lágrimas”), todo le parecía amenazador”. (“Picasso, retratos de familia“)
Otra curiosa Costumbre de Picasso, según Françoise Gillot, es que el artista tenía que:
“reunirse en una habitación y sentarse sin decir una palabra durante al menos dos minutos”. , después de lo cual ya podríamos irnos en silencio. Si durante este ritual uno de los niños (se refiere a Claude y Paloma) se reía o decía algo, tenía que comenzar de nuevo. O Pablo se negó a irse y decía: “Lo hago porque es divertido. Si no sale bien, pero al final …” (“Picasso, retratos de familia“)
Patrick O`Brian señala también que “para Picasso, las llaves tenían una importancia nada despreciable, aunque mal definida”.
Según su hija Maya, Picasso no dejaba que tocasen sus pantalones, hasta el punto de que prohibía que se los lavaran “tenía miedo a que se perdiera todo lo que había en sus bolsillos”.
Según su pareja, Francoise Gilot (“Vivir con Picasso”), Pablo pasaba meses sin decidirse a cortar los cabellos y cuando lo hacía, el pelo recortado había que meterlo en saquitos y deshacerse de ellos.
Los temas religiosos emergen de nuevo en su pintura hacia 1915, con el dibujo de una crucifixión y, a raíz de un viaje, en 1917, con su amigo Jean Cocteau, a Roma. Allí se encuentra con Sergei Diaghilev y el músico rosacruz, Erik Satie, con el objetivo de colaborar con la compañía de los Ballets Rusos. Es el momento en que conoce a la bailarina rusa Olga Kolkova, con la que contraerá matrimonio religioso un año más tarde. Bajo el influjo del arte italiano concibe una crucifixión, de la que solo llega a hacer un boceto a lapicero (Museo Picasso, París).
Una década antes de pintar su obra más célebre “El Guernica”, Picasso comienza a concebir una crucifixión cubista que no llegará a ejecutar hasta 1930. Es interesante ver como en uno de los bocetos preparatorios (1926), nos muestra el momento en que un soldado montado en un caballo se dispone a atravesar con su lanza (como si fuera el “picador” de una corrida de toros), al crucificado. En la parte inferior izquierda, vemos una figura con un fuerte escorzo, al estilo del “Cristo muerto” de Mantegna. Otro estudio, de 1929, se centra en los soldados, las mujeres que lloran y, muy particularmente, en quienes observan la escena, lo que vincula el suceso sagrado con sus tauromaquias (apología del dolor y la muerte). En otras palabras, bajo la apariencia de una crucifixión, el interés de Picasso se centra en la capacidad del ser humano de infligir dolor y sufrimiento, y en la idea de que el “dios” (o el monstruo), debe morir en sacrificio, para salvar a la humanidad de los sentimientos de angustia y culpabilidad que le atenazan.
Pero centrémonos en la pintura (1930). La iconografía es compleja. Cabe destacar que la figura de Jesucristo y la virgen María, desgarrada por el dolor (podría ser María Magdalena), aparecen en blanco y negro, rodeadas de un entorno con fuerte colorido. A la izquierda, subido en una larga escalera (símbolo de transición entre dos mundos), vemos a un pequeño personaje: el encargado de clavar a Jesucristo al madero. Debajo, al centurión, a caballo, en el momento de atravesar con su lanza el costado del crucificado. Detrás una figura gigantesca y, a la altura de su cabeza, un bloque que podría ser un sol, y un ave roja (¿símbolo del alma que sale del cuerpo del crucificado?). En la parte baja, dos cadáveres, posiblemente, los cuerpos de los dos ladrones que fueron crucificados junto con Jesucristo.
A la derecha encontramos un rostro de perfil superpuesto a varios triángulos y rodeado por un círculo rojo.Según Kaufmann es una clara alusión a Mitra1. La interpretación nos parece arriesgada, pues bien podría ser una mujer llorando. En la parte inferior, ajenos a la escena, vemos a un par de soldados jugando a los dados con cubiletes, sobre un tambor. Sin embargo, las figuras más extrañas son la que aparece con mandíbulas de ¿mantis religiosa?, y los brazos extendido hacia lo alto, en señal de plegaria, y la figura amarilla con gafas rojas que sonríe (¿un espectador de nuestro tiempo?). Si tal fuera el caso, cabe la posibilidad de que Picasso, estuviera enfocando la brutal escena como un espectáculo banal, un engaño mantenido a lo largo de los siglos por las instituciones religiosas.
También es de destacar que el artista nunca quiso vender la obra, seguramente por la carga emocional que había puesto en la misma.
Influenciado por el surrealismo, Picasso sentía que todo arte está interrelacionado con la realidad que representa, o intenta representar, y, seguramente, utilizó su arte como un medio de exorcizar sus propios temores.
De hecho, el crítico de arte Christian Zervos, en un artículo publicado en la revista Cahiers d’art, definió, en 1938, como «tableaux magiques» (cuadros mágicos) al conjunto de obras creadas por el malagueño, entre el verano de 1926 y la primavera de 1930. Obras habitadas por figuras extrañas, con expresivas bocas abiertas y ojos en forma de almendra; obras radicales y en perpetua metamorfosis, en las que la magia, el enigma, los símbolos y mitos, se nos presentan como un lenguaje cifrado y secreto, difícil de interpretar, que nos muestran una época un tanto olvidada del artista.
Parece que por aquellos días, Picasso, se encontraba en plena crisis creativa. En el verano de 1926, acababa de ser objeto de una gran retrospectiva en una galería parisina, y trataba de buscar nuevos enfoques para su arte. Por una parte parece retornar al cubismo y, por otra, empieza a interesarse por el sicoanálisis y las pulsiones. Para afrontar la nueva etapa, Picasso se instala, junto a su esposa Olga y su hijo Paul, en Juan Les Pins, en la Costa Azul francesa (poco después conocerá a Marie-Thérèse Walter, su nueva amante y musa). Bajo la influencias del surrealismo, en 1932, Picasso lleva a cabo varios dibujos con el tema de la crucifixión.
Picasso retoma el tema, en 1959, con una serie de obras en las que, esta vez de forma muy clara, vincula, en algunos de sus dibujos, la crucifixión con los toros, llegando incluso, a convertir al crucificado en un torero que descuelga su mano derecha para dar un pase con el capote al toro.
Con todo, el hecho menos conocido de Picasso, es que, según su nieto Olivier, el artista acudía solo, a sesiones de espiritismo (“Picasso, retratos de familia“). Según información de Adrien Maeght:
“En 1947, Marguerite Ben Houra, la esposa de un importante político argelino vinculado con el general De Gaulle, se había instalado en Vallauris para ayudar a un joven artista berebér con mucho talento, Baya, a trabajar la cerámica. Pablo (al que yo llamaba señor Picasso) vivía entonces en Golfe-Juan (con Francoise, en casa de los Fort). Marguerite era amiga de mi madre, y organizaba veladas de espiritismo en las que hacía girar platos. En las sesiones, Picasso estaba tan aterrorizado como impresionado. Marguerite, por lo demás, también ha hablado con gran lujo de detalles del asunto… Yo tenía diecisiete años, aún no había sacado el carné pero igual conducía el coche, un Citroën Tracción, y hacía de chofer. ¡Así fue como pasé algunas veladas con Picasso! (…) Ya no era el gran Picasso. Ni yo el pequeño Adrien Maeght, sino que todos estábamos allí, viendo como se movía el platillo. Pablo estaba fascinado…”
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Notas
1Kaufmann, R.: “La crucifixión de Picasso de 1930”. En Combalia Dexeus, V. (Ed.) Estudios sobre Picasso. GG Arte. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 1981. Pp. 163-172
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